21 de febrero de 2016

Holidays.

Ya me enteré por qué odio las fiestas.
El conocimiento me llegó como una epifanía profana al levantar la mirada hacia el cielo.
Y me pegó como un palazo en la nuca.
Es por los fuegos artificiales. Los putos fuegos artificiales. No puedo esquivar el subtexto que implican.
Somos nosotros.
Siempre fuimos nosotros.

Nos lanzamos en el aire, llenos de promesa y esplendor. Trazamos trayectorias hermosas. Esperamos completar una parábola perfecta, y tenemos todo el derecho de hacerlo. Pero, somos lo suficientemente inteligentes como para saber lo contrario. No lo admitimos, pero lo somos. Cada vez me encuentro más convencido de ello. La gente no es tonta, es selectiva. Sabe lo que quiere saber. Es lo más engañoso de los sustantivos colectivos. La generalización.
Explotamos cuando estamos en lo mejor. En el pico de nuestra capacidad de dejar una marca en el Universo... estallamos en mil pedazos. Nuestra esencia se esparce. Aprehendemos más de lo que nuestros sentidos están acostumbrado.
Aspiramos a la divinidad, no nos sentimos disminuidos mentales debido a ella.

Así es, y así debería ser.

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