19 de enero de 2012

Cicatrices, turras y latentes

" –Ya no me interesa lo que pase contigo. Lo que les pase a las pocas personas que decido salvar es su problema –dijo el demonio sin darse vuelta. La noche lo volvía completamente invisible, pero el oído de la doncella sabía exactamente hacia donde ir. Iba a seguir sus instintos, de eso no había duda –Tu vida no está atada a nadie ahora. Eres libre, con todo lo que significa. Ahora deja de seguirme
Elianís se quedó quieta, por un momento. Su decisión llegaba ahora, y sus opciones eran varias. Nunca había contemplado una vida en solitario. Años al lado derecho del Sinrostro la habían acostumbrado a algo diferente. El demonio le presentaba otra opción, una opción completamente distinta, una opción que no necesitaba en absoluto. La respuesta había llegado a sus labios, finalmente.
–No… –alcanzó a susurrar a la oscuridad de la noche, con la esperanza de que su salvador la oyera. El silencio que recibió en respuesta no era para nada esperanzador. Ya la había dejado atrás, librada a su suerte. Cayó de rodillas, empujada por su propia pena. Sollozó ligeramente, y se preguntó a si misma si ella era el problema, sin recibir respuesta alguna. Sintió la ligera brisa de una respiración acariciarle el rostro, y cuando levantó la mirada, vio una mano pálida extendida, en un gesto que ella supo interpretar a la perfección.
Su salvador había recapacitado. Se ayudó con la mano para levantarse, y se enfrentó con la mirada carmesí de Dalubris. Sus ojos se encontraron finalmente. Ella se hundió en las profundidades de los ojos del Asesino y logró vislumbrar una pizca de su alma anterior. Un alma humana, muy distinta a la que su salvador mostraba.
Comenzaron a caminar juntos, sin tardar mucho en llegar a la costa. Contemplaron a un mar calmo, inactivo. Dalubris olió el aire y supo inmediatamente que el tráfico en las Sombras había aumentado considerablemente. “Alguien anduvo de cacería esta noche” pensó el demonio, sonriendo ligeramente. La mujer lo miraba expectante, como si otro truco fuera a salir de su galera. Y de hecho, quedaba uno por mostrar. Todavía escapaba a su conocimiento porque había decidido llevarse a la mujer del Sinrostro. Era uno de esos presentimientos que solía tener a menudo.
– ¿Tienes un nombre? –inquirió, al tiempo que se acercaba más y más a la orilla. Las presentaciones era algo altamente requerido a esta altura, especialmente si planeaban pasar tiempo juntos.
–Elianís, mi Señor –dijo la mujer, arrodillándose y bajando la cabeza, en señal de reverencia. El hábito era una fuerza incomparable en la vida de la doncella. Lo había aprendido a golpes limpios. "



Puede no sonarlo, o parecerlo siquiera... pero es la parte más tierna de toda la novela...
Que pena... voy a editarla


Saludos,
Nate

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