4 de mayo de 2012

Memorias (II)

El recuerdo volvió a la mente del rey rápidamente.


La sala del trono era hermosa con la luz de la mañana. Los emisarios habían recorrido el país durante la noche, recogiendo a los cabeza de familias druídicas. El plan era reunir un Consejo de Guerra para adelantar el comienzo del Retorno. La guerra la llevarían los Cazadores, esa era la tradición. El rey era un madrugador, y esperó pacientemente sentado en el trono a la llegada de los demás. Las trompetas sonaron en el patio exterior, y las voces sonaron atronadoras en saludo a la Corona. Feäthalion hizo caso omiso de las alabanzas. El acostumbramiento había drenado toda satisfacción que estas pudieran producir. De todas maneras, nada lo obligaba a callarlas. Además, constituían una lección interesante. Si los druidas tenían el cerebro en su lugar, no se opondrían. La oposición que pudiesen presentar tenía buenas oportunidades de hundir al país en una cruenta guerra civil que nadie ganaría. Excepto los demonios.
Uno por uno, vio entrar a sus invitados en el salón del trono. Andrajosos y naturales, los druidas fueron ocupando a lo largo de la extensa mesa de conferencias situada en el centro. Sin escolta alguna, los soldados del Rey eran los únicos hombres armados en la habitación. Todos fieles, cumplirían cualquier orden, saltarían cualquier obstáculo, matarían a cualquier enemigo... todo por el Rey. Algunos druidas dirigían miradas extrañas hacia el trono, como si esperasen que alguna otra persona la ocupara.
-El Alto Druida Ezzil Do'Shanzz de Copa Floreciente ha desaparecido. En vista de los recientes eventos sucedidos en los pasos fronterizos del sur, se ha sometido al exilio en algún oscuro rincón de este mundo. Como gobernante del ciclo anterior, me corresponde a mí tomar las decisiones necesarias para asegurar la supervivencia de nuestro pueblo en estos terribles tiempos.
Los invitados no se atrevían a abrir la boca, el miedo apretaba sus labios como unas pinzas al rojo vivo. Tal vez no tuviesen nada que decir, confirmando su lealtad con tal silencio reverencial. Tal vez tenían la astucia entumecida, por ser robados del sueño en plena madrugada. Todos miraron al rey, expectantes. Las palabras que escapasen de la boca del soberano serían mandato cuasi divino. Aunque, uno ellos tenía sospechas. Una mano blanquecina se alzó en el aire, pidiendo la palabra. Feäthalion se vio obligado a cederla, en pos de mantener las apariencias.
-Señor de Altura Arbórea, Feäthalion Agarwaen. Es de mi humilde comprensión que nos hemos congregado para elegir un sucesor para el gobierno de Ezzil, como las tradiciones de antaño dictan. No es por ser pretencioso, mi señor... pero son las tradiciones las que nos han mantenido con vida todo este tiempo -el Alto Druida de Colmena Fantasmal era un elfo complaciente, de rasgos suaves y gentiles característicos del elfo que está viviendo lo último de sus días sobre esta tierra. La serenidad de aquel que conoce lo que le aguarda después de la muerte, que conoce la certeza del Ciclo.
-La guerra todavía asola nuestras fronteras. En este mismo momento, el Señor de Hojas Muertas, Elladar Mith'Quessir está librando una ardua batalla contra los demonios liderados por nuestra vieja ama, Násbria -Feäthalion todavía tenía argumentos suficientes para combatir a la Colmena Fantasmal, y los suficientes hombres para destruirla, de ser necesario. Todos los druidas se unieron en indignación silenciosa. La fe todavía se arraigaba profunda en sus corazones, a pesar de la traición que habían protagonizado la diosa y su campeón. Feäthalion no los culpaba en absoluto. Él había alojado la misma clase de devoción ciega por la Diosa de la Vida en las cercanías del reino inmortal de su alma. Pero había abierto los ojos ante el engaño. Con ayuda del Forjador, todos abrirían los ojos.
-Eso sí que es injusto, mi señor. Juzgar a todo el rebaño por una oveja descarriada. Nosotros hemos permanecido fieles. Caso contrario, no estaríamos aquí -la voz amable, complaciente, del representante de la Colmena Fantasmal intentaba excusarse por los demás. Un intento valeroso, en verdad. Muchas palabras guardaba en su boca el druida, inapropiadas para una reunión de consejo. Aunque ni todas las palabras de todos los idiomas podían frenar a los acontecimientos una vez puestos en marcha. Porque se mueven, impasibles ante la vida de meros mortales. Los elfos eran longevos, sí... pero ni siquiera la vida más larga puede escaparle a los crujidos de los engranajes de la realidad.
-Los druidas no ganarán la guerra. Nosotros lo haremos. Los Cazadores nunca aceptarán a un druida como líder -el rey dejó escapar una punzada de ira genuina. La testarudez era un rasgo que había ostentado toda su larga vida. Y era un rasgo que detestaba en los demás.
-La pregunta es simple, Feäthalion. ¿Puedes permitirte sumergir al país en una guerra civil? -las verdaderas intenciones de los druidas, al fin reveladas. Ellos querían el país para devolvérselo a esa puta rastrera, remedo de diosa. Desplazar a los Cazadores de la cúpula del gobierno para enviarlos al mismo exilio en el que su campeón se encontraba. Y con el mismo movimiento, repatriar a Ezzil para sentarlo en el trono, y entregar Llaminary a los demonios. El ancho y largo del complot, expuesto ante sus ojos. Desde ese momento en adelante, cualquier otra palabra estaba de más. Pero el rey se permitió la última palabra.
-¿Quién hablo de guerra civil? Lastima mis oídos, Alto Druida. Ningún elfo perderá la vida intentando derramar la sangre de otro elfo. -la señal fue prácticamente invisible, y el primero en caer muerto fue el Alto Druida de Colmena Fantasmal. Flechas, puñales, espadas cortas... cualquier medio era válido para matar a un druida. Cabeza, corazón, garganta... cualquier punto era débil, deseoso de ceder ante el acero. Ellos no estaban entrenados para sufrir por una causa, o para causar sufrimiento en defensa de una. Todo el poder que ostentaban provenía de una diosa que los había abandonado. -Ustedes nunca fueron elfos, en primer lugar...
Con los cadáveres todavía frescos, los soldados se apartaron para dar paso al lobo.  Monstruoso, con patas tan gruesas como ramas caídas, se acercaba sigilosamente. Aunque sin precaución, el peligro ya había pasado. El lobo miró fijamente a Feäthalion, como si esperase una autorización para alguna actividad de antaño prohibida. El animal necesitaba su ritual, como todos nosotros. Esas pequeñas cosas que nos identifican. Una arrogancia, una inteligencia, un fervor... un apetito inusual por la carne humana.
-Sus vidas, robadas por ningún otro que su propio rey -articuló la bestia con cierta dificultad. El habla siempre se veía impedido con un pescuezo en la boca. Los largos colmillos del animal hundían la piel con facilidad, desgarrándola. La poca vida que quedaba en los druidas iba a parar a las fauces del Forjador. Así funciona la realidad. Todos son comida para alguien más. - ¿Te arrepientes?
-Acabo de salvar al pueblo. O, por lo menos, a mi pueblo


Memorias (II) es muy curioso porque, toda la parte final de Declaración (que, por cierto, ya está presta a morir y archivarse en "Capítulos Terminados") se maneja con flashbacks muy específicos... y ubicarlos en el tiempo puede ser bastante complicado. Por ejemplo, en el borrador inicial de este segmento ubica a Elladar en la sala del trono, acompañando a su rey... y al mismo tiempo peleando en la frontera. Esta clase de discontinuidad es más común de lo que creen, así que casi siempre tengo que corregir esa clase de cosas. Me estoy sorprendiendo bastante con lo bien que quedan las cosas cuando las cuelgo en el blog.

Capaz que hago una recopilación con eso también.


Saludos,
Nate

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