11 de septiembre de 2013

Incapacidades...

"Eres un incapaz"
Eso fue lo último que me dijo el vampiro, antes de que mi estaca le perforara el corazón. Ante la luz y la mirada de esa luna de ojos curiosos e inyectada de sangre, mi tarea estaba completa. El legado de mi familia, al fin honrado con toda pompa y boato. Una tarea que nos había tomado un siglo, con drásticos resultados antes de mi llegada.
El vampiro estaba muerto, y yo estaba camino a casa. Memorias de la travesía asaltaron mi mente, y no pude hacer otra cosa más que sonreír a cada paso que daba. La satisfacción del final superaba cualquier terror que las tragedias del vampiro pudiesen atraer hacia mí. Estaba finalmente completo, y no había nada que pudiese quitarme eso. Era hora de volver a casa.
En el horizonte, a lomos de mi montura, contemplé finalmente mi humilde hogar. Dominaba la colina, permitiendo una vista magnífica y completa sobre mis dominios. Dominios simples, cierto. Pero no por ello menos hermosos. Campos verdes e iridiscentes en mi tierra natal. Las velas en el alfeizar de la ventana estaban apagadas. Era de noche, no me sorprendía. Mis pensamientos estaban en otro lado. "Eres un incapaz" había dicho el vampiro, cuando le di muerte con mis propias manos. Sus últimas palabras, no fueron un pedido de clemencia... Ni siquiera un agradecimiento por haberlo liberado de las penurias de su vida inmortal y haber puesto final a su pleito conmigo.
-Eres un incapaz
Repetí las palabras con un susurro largo y tendido, intentando finalmente darles un sentido... Pero éste me eludía con una maestría tan increíble como sutil. Me acerqué con tranquilidad a mi hogar, con la expectativa de una noche tranquila finalmente. La oleada de inseguridad que sentí al ver la puerta a medio abrir me cubrió por completo, de la cabeza a los pies. Un manto de incertidumbre. Bajé de mi caballo, con la presteza de la urgencia que la situación parecía imponer impresa en mis movimientos. Comencé a sudar, conociendo lo peor... con una aire premonitorio que no me era del todo ajeno. Situaciones como esta poblaban la historia de mi familia. La repetición, regla altisonante de este mundo, caía sobre mí como el martillo del herrero. Entré a la cabaña como un torbellino envuelto del mismísimo material del que la desesperación estaba hecha. Las manchas de sangre en el piso contaron una historia, una que no quería escuchar. La historia de una venganza.
Llegué a la habitación y la visión me produjo un desgarro mental que no ha sanado hasta este día. Las extremidades... reconocí todas y cada una. Reconocí el extraño patrón que su disposición exponía. Patrón que se imprimió en mi mente. Me doblé de dolor, y recuerdo el grito que escapó de mis más oscuras profundidades. Un alarido inmundo, cargado con mi frustración.
Me postró, y me forzó lágrimas amargas que todavía marcan mi rostro. Cicatrices que permanecerían sobre él hasta el final de mis días.
Al fin, la comprensión me había alcanzado.

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