10 de septiembre de 2013

Que tipo histérico.

     Salí de la habitación, tambaleante. Sus brazos, comprensivos en un nivel divino, detienen lo que hubiese sido una caída bastante humillante al suelo. Aleriam, mi ángel personal. Grácil en todas las circunstancias que nuestra tiránica realidad impone. Nunca me dejaría caer.
Ante mi aparente inmovilidad, decidió cortar por lo sano. Me llevó a cuestas todo el trayecto entre la habitación y el Salón y me depositó en mi trono. Sabía lo que tenía en mente, y estuve implícitamente de acuerdo.
     Tesínderas ya no podía esperar más.
     Desorbitados, mis ojos no lograban conseguir foco. Vi caos y muerte; presagios de la desolación, cuyos trazos eran ya demasiado familiares, demasiado... Evidentes, como para ignorarlos. Me concentré, y mi vista cayó en la Puertas. Concreción del destino manifiesto que dominaba toda existencia en Tesínderas. Se alzaban a mi derecha. Indemnes ante lo que sucediese en el mundo. Ellas permanecerían, eterno testamento ante la Realidad.
     Opciones. Se presentaban ante todas y cada una de las almas que llegaban a Foldorn. La mala, la peor y la distinta. Finales dispares entre sí, para la ordalía de la existencia corporal. La mala, roble negro del norte de Llaminary, entregaba el dulce abrazo del olvido. La peor, adobe rojo manchado de la sangre de aquellos que perecen cuando no es su momento. Roja como la venganza que esos mismos buscan. Y el Velo, tela purpúrea de una sedosidad casi divina, se ondeaba ante la brisa casi exánime que recorría el vasto habitáculo. Impoluto, generaba una desconfianza instantánea en quienes posaban ojos sobre él. Aunque, la cantidad apropiada de atracción también parecía escapar de sus contornos.
     Nadie, nunca, ha penetrado en sus dominios.
     Al sentarme, el trono pareció adaptarse a mi contorno. Me aprisionaba, me comprimía... poniéndome en mi lugar. La peor de las prisiones, el hábito. El cristal ante mí me daba un panorama singular; una perspectiva monótona y repetitiva a la que ya estaba acostumbrado. Pero no por ello, menos digna de mi atención. Inclino la cabeza, en franca genuflexión ante ésta... Esta maldición.
     Mi obligación eterna para con este mundo.





Yo sabía que no iba a ser tan difícil volver a empezar...

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