29 de agosto de 2020

Boludeces, uno

 

El Universo Cinematográfico de Marvel es un triunfo bajo todas las métricas posibles. Veinte películas, todas generalmente bien recibidas a lo largo de una década. Una propuesta que, si se presentara a los estudios allá por 2016, parecería tan improbable como la paz mundial en nuestros tiempos. Las historias, los personajes, la acción, los efectos especiales, todos evolucionando a cada año que pasaba, dejándonos con maravillas técnicas para el regocijo del ojo ávido de entretenimiento.

Aunque, nada es perfecto.

En lo previo a 2017, hubo una crítica mayor al UCM que parecía cobrar vida por parte de las columnas de entretenimiento y los foros de fans. Incluso entre fans hardcore, como suelo serlo de a ratos, si fueses a preguntarles cuál era el punto flaco de películas que les encantaron, entre ellas Guardianes de la Galaxia y Thor: Un Mundo Oscuro, mayormente dirían que era la caracterización de los villanos. Con la excepción de Loki y tal vez otro par, dependiendo de la preferencia personal, una serie de villanos clásicos de los comics fueron constantemente mal desarrollados, juzgando desde la narrativa. Esta es una crítica que el líder de los Estudios Marvel, Kevin Feige, puso en evidencia a comienzos de 2017 y refutó con cierta validez diciendo que, en ocasiones, lo que sirve a la historia en mayor medida es enfocarse menos en los villanos. Teniendo en cuenta el éxito de estas películas, ¿quién puede estar en desacuerdo con esta fórmula?

Luego, en el transcurso de 2017, noté gratamente que los villanos parecían estar recibiendo más cuidado, desde lo narrativo. Personajes como Hela, Buitre y Killmonger se convirtieron en algo exponencialmente tridimensional. No eran solamente utilería para avanzar la trama.

Lo cual nos deja en Avengers: Infinity War.

El personaje de Thanos pareció ser abrazado no solo por los fans, si no más bien por el público general; no solamente como el mejor villano del UCM, si no como uno de los mejores villanos en la historia del cine en mucho tiempo. Encontré absolutamente fascinante que una película ya llena por todos lados de héroes que requerían tiempo de pantalla se las arreglara para representar una personalidad tan compleja. Intimidante en su presencia física como en su retorcida composición psicológica, un villano con un nivel de conflicto interno casi shakesperiano.

Al tiempo que millones de posts y videos salieron en torrente, una serie de preguntas empezó a tomar forma en mi mente. Una de las cuales era, a mi criterio, un tanto estúpida. ¿Qué es lo que Thanos tiene que hace que la gran mayoría quiera subirlo al podio de los mejores villanos en la historia del cine? Aunque, antes de que pudiera contestar esa pregunta, se subdividió en varias otras preguntas con implicaciones mucho más perturbadoras. Incluso siendo un genocida, ¿por qué llegamos a entender? Incluso siendo violento y cruel, ¿por qué llegamos a empatizar con él? Investigando estas preguntas incómodas, pienso que he encontrado una explicación para lo que significa el terror de Thanos. Sean advertidos, tal vez no les guste la respuesta. No porque esté equivocado, si no porque tal vez esté en lo cierto.

Para entender mejor el atractivo de un personaje como Thanos, me imaginé que sería útil encontrar similitudes entre su personaje y figuras preexistentes. Sean ficcionales o no. Me imaginé que el mejor lugar para empezar sería con el actor que interpretó a Thanos, Josh Brolin. Haciendo un poco de investigación para este texto, me encontré con un par de entrevistas que Brolin había dado respecto de su aproximación para interpretar a Thanos. Para mi placer, encontré que tomó inspiración de un personaje muy particular. El coronel Walter E. Kurtz, de Apocalypse Now. Digo que fue para mi placer porque cuando me di cuenta de esto, lo que siguió por mi parte fue un: “Pero claro que lo fue”

Apocalypse Now debe estar entre mis diez películas favoritas de toda la vida y el coronel Kurtz debe estar entre mis diez villanos favoritos de toda la vida. Ningún otro pedazo de cine ha investigado tan exhaustivamente las motivaciones detrás del mal humano. Específicamente, lo que lleva a seres humanos comunes a cometer asesinatos atroces. En el caso de Kurtz, la película hace un racconto de como un oficial condecorado por su brillantez intelectual y aptitud física lentamente degenera, mientras confronta el rostro retorcido de la guerra. No solo eso, si no la hipocresía presente en aquellos que perpetúan el derramamiento de sangre. Este desprecio hacia la realidad de la guerra en Vietnam, particularmente con el uso indiscriminado de la violencia y como la gente a cargo la justifica, Kurtz creó una realidad propia y paralela. Toma control completo de un puesto de avanzada dentro de la jungla en Camboya, dónde los indígenas lo adoran como si fuera un semidios. Desilusionado con lo que lo rodea, con la injusticia, con el relativismo moral, él escoge actuar bajo sus propias órdenes. Usando una metodología que escala en su violencia, hasta el punto dónde sus superiores determinaron que se había vuelto loco.

Lo que hace a Kurtz tan inquietante es que, siendo sus acciones reprensibles desde lo moral, sus percepciones y declaraciones son, discutiblemente, correctas. Cada palabra dicha por Kurtz en esta película proviene de un lugar de introspección profunda y racionalidad. Por ejemplo, aunque esté dispuesto a decapitar a alguien por algo tan minúsculo como tomarle una fotografía, sus pares no pueden juzgarlo porque todos han cometido actos en la misma escala de inmoralidad durante su estadía en Vietnam. Actos que son justificados por un fin aparentemente moral. En este miasma de incertidumbre moral, Kurtz abraza el lado salvaje de la naturaleza humana y busca rehacer la realidad vía su voluntad. Es a través de esta voluntad, justificada por su récord de aptitud física, mental y por el éxito de su brutalidad, que encuentra seguidores no solo entre los vietnamitas, si no también entre soldados del ejército norteamericano. Es la conclusión de Kurtz respecto de la relatividad moral del ejército norteamericano lo que lo hace tan atemorizante. Incluso si está cometiendo actos atroces, y asesinatos, hay lógica en su locura. Si el ejército puede usar métodos cuestionables en persecución de un ideal, ¿por qué no puede él? Después de todo, el horror y el mal que lo asfixia es suficiente para corromper al hombre más penitente. Por ende, ¿está mal sentir lástima por Kurtz cuando su entorno lo corrompe? ¿Por qué deberíamos creer que, si nosotros fuésemos confrontados con lo mismo, haríamos algo diferente, algo mejor? La probabilidad que lo hiciéramos es estrepitosamente baja.

Las motivaciones de Thanos tienen similitudes sorprendentes a las de Kurtz. Su planeta natal, Titán, fue corroído de modo irreversible por malos manejos gubernamentales. Como resultado de esto, luchó por su supervivencia bajo arduas condiciones. Sitúense en el lugar de Thanos. Si tu planeta natal implosionase por la superpoblación, carencia de recursos, la lucha por éstos y otros problemas políticos, ¿pensas que sentirías resentimiento? ¿Estaría mal sentir resentimiento? ¿Ese resentimiento te llevaría a pensar que no solo Titán estaba corrupto, si que toda la realidad está corrupta? ¿Qué clase de Universo permitiría este nivel de tragedia carente de significado? Sin una respuesta clara para estas preguntas, ¿es tan ilógico buscar alguna forma, cualquier forma, de retribución? Incluso sabiendo que yo diría “No, esto no justifica la venganza” estas son, sin importar qué, preguntas poderosas que no tienen respuestas aceptadas universalmente. Es exactamente la carencia de respuestas satisfactorias para estas preguntas lo que motiva a los mejores villanos. Los motiva a buscar venganza sobre la estructura de la realidad. Porque intentar vivir moralmente en un universo roto no solo se ha convertido en intolerable, si no que también en insostenible. Por estas razones, cualquier medio justifica el fin de recrear el Universo. Esto es, no solo la esencia detrás de los motivos de Thanos, si no la esencia del Mal. Es acá dónde el Mal encuentra justificación para los actos más horribles. Es una motivación atemporal que surca los milenios. Y son aquellos que abrazan esta motivación, en su mayor extensión, los que se elevan a los mayores rangos de la villanía.

Pero esto pone en evidencia una pregunta interesante. ¿Quién es el personaje que abraza con más fuerza esta motivación? ¿Es Thanos? Tal vez no. Creo que aún es muy temprano para decirlo con certeza. Si me lo permiten, me gustaría proponer a un personaje en particular. El concepto cristiano del Diablo. Aparten a un lado sus convicciones religiosas, o carencia de estas, sobre si el “Diablo” así entrecomillado, existe. La figura del Diablo es reconocida globalmente, y ha sido reconocida globalmente, por millones, por miles de años. Al menos, la imagen del Diablo. El simbolismo del Diablo todavía tiene agencia sobre nosotros como la apóstasis del espíritu humano, destilado hasta su esencia. Por siglos, teólogos y literatos han intentado destilar las motivaciones del diablo hasta algo accesible e incluso entretenido. Discutiblemente, la forma pináculo de este destilado es la reinterpretación de una leyenda antigua alemana llamada “Fausto”, una obra escrita por Johann Wolfgang von Goethe. La historia de Fausto puede resultarles familiar, dado que ha sido adaptada incontables veces en la ficción hasta ser aceptada como un arquetipo literario. Las grandes historias que tratan acerca de confrontar el mal humano pueden ser descritas como “faustianas” En “Fausto”, el personaje que da nombre a la obra hace un trato con un personaje llamado Mefistófeles (el cual personifica al Diablo). Fausto le entrega su alma al Diablo a cambio de conocimiento que excede las capacidades humanas. En todo caso, dado que el Diablo está involucrado, naturalmente este intercambio sale mal. Lo que es realmente poético acerca de “Fausto” es que, a lo largo del transcurso de la historia, Goethe se las arregla para resumir las complejidades de las motivaciones del Diablo en un par de oraciones. Cuando Fausto le pregunta a Mefistófeles quién es, él responde con lo siguiente: “¡El espíritu soy que siempre niega! Y con razón, pues todo lo que nace merece sólo ser aniquilado; mejor sería, pues, que no naciera. Y así, cuando soléis llamar pecado, destrucción, o, abreviando, sólo, El Mal, es mi elemento propio”

A diferencia de Thanos, el cual busca mantener alguna forma de realidad intacta, el Diablo lo lleva un par de casilleros adelante. Mefistófeles esencialmente proclama que la realidad está tan repleta de tragedia desgarradora que hubiese sido mejor si nunca hubiera existido. Similar a Thanos, el Diablo habla de manera sucinta, elocuente y racional, acerca de la naturaleza de la realidad. Incluso si las conclusiones a las que llegan son malvadas. Las profundidades de sus percepciones reflejan cierto nivel de autoridad. El dolor que sienten les adjudica legitimidad. A pesar, por supuesto, de sus objetivos genocidas. Ahora, no me malinterpreten. No estoy justificando el mal; simplemente me aplico a explicarlo. De ese modo uno puede evadir su atractivo, sin importar el costo. Y es, por supuesto, atractivo. Si uno fuese a creer que la realidad es fundamentalmente buena, que la vida es buena, que los sistemas morales son deseables solamente para ver a estas creencias destruidas de una manera irrevocable. Puede causar momentos de debilidad, en los cuales abandonamos nuestra humanidad. Donde olvidamos la santidad y la soberanía de cada individuo nacido en este mundo. Y los aplastamos por despecho.

Y es ese poder, en esa tentación, el cual Thanos astutamente explota en su monólogo de apertura.

“Sé lo que es perder. Sentir tan desesperadamente que estás en lo correcto y aún así, en última instancia, fracasar”

3 de febrero de 2019

Progreso, o lo aparente del mismo.

Después del final aplastante de "No, Gracias" (uno de los últimos cuentos que terminé de escribir) me costó mucho volver a agarrar el ritmo al que estaba acostumbrado. Después pasó lo de mamá, y no escribí nada durante cuatro meses seguidos. Pasé mucho tiempo pensando en el libro, incluso sin leer nada de lo que ya había escrito. Resulta que uno no necesita leer para pensar, aparentemente AJAJAAJAJ
Nunca lo hubiese imaginado.
Respecto del libro pensé muchas cosas. ¿Cómo lo iba a armar? ¿Si iba a tener algo parecido a ESE OTRO libro, del cual ya no hablamos, porque los muertos no tienen derecho a réplica? ¿Cuál era el número adecuado de cuentos, y la extensión de cada uno, porque eso parece importante en algún aspecto cuantitativo o cualitativo, incluso?
Y lo más importante.
¿Importa escribirlo?
Ahora, esta puede parecer una pregunta retórica. Porque no tiene un destinatario específico, aunque sí espera una respuesta. De todos modos, calculo que en internet todas las preguntas son retóricas aplicando ese criterio. Y tampoco es el punto.
Le voy a dedicar el libro a la muerte.

17 de noviembre de 2018

#workingtitle "No, Gracias" (2)


Si Juan Carlos se preciaba de algo, en su patética vida, era su capacidad para reconocer una mentira prácticamente al instante. No era tanto un mecanismo de supervivencia como era un ejercicio práctico. En última instancia, no era muy importante si le estaban mintiendo, si la mentira no afectaba su vida en el futuro inmediato. Pero, darse cuenta que le estaban mintiendo. Ese era otro juego distinto. Lo único que podía tocarle el orgullo era esto. El resto, bueno… el resto bien podía ser tapado con papel de diario. Se le puede sacar todo a un hombre; su familia, sus posesiones materiales, su deseo de vivir. En última instancia, todo lo que le queda es su orgullo. El último escondite, la última hoja de parra.




Pobrecito, Juan Carlos.
Nadie la pasa bien. En ningún lado.

15 de mayo de 2018

#workingtitle "No, Gracias"


Un día como cualquier otro.
En el que se levanta se hace el desayuno (cuando se acuerda) se ducha con el desayuno a mano (a menudo, quejándose por lo aguado del café) se cambia, agarra la mochila sale a laburar, se olvida de pasear al perro (al cual seguramente culpará por el olor a mierda en el departamento) sube al bondi, no cede el asiento (porque le importa un carajo y encima lleva los auriculares pegados al oído) se baja del bondi, camina hasta el trabajo, la gente de seguridad lo chicanea (tampoco los escucha, porque sigue con los auriculares) firma la entrada y sigue de largo.
Pasos rápidos y esquives diestros lo dejan a pasos de la oficina en la que trabaja, o en la que al menos intenta trabajar, aunque definitivamente le pagan por esa pantomima. Se sienta en el escritorio mientras prende la PC y se dispone a comenzar con sus ocho horas de martirio.
Y todo esto, sin prestar un ápice de atención a todas las voces en su cabeza, gritando en todos los tonos, timbres y acentos posibles que terminara con su vida. En otros idiomas, incluso.