18 de marzo de 2013

El break (on through)

Necesitaba certezas. Eso me había dicho a mi mismo antes de emprender este viaje. La última certeza estaba en otra dirección completamente distinta, pero yo también sabía esto. Aunque lo razoné tranquilamente. Nadie quiere la última certeza, nadie está preparado para ella. La última certeza siempre era la misma. La última certeza es la muerte.
El hogar de la gitana no estaba lejos. Mis heridas me permitirían llegar ahí, con algo de suerte. Mis ojos todavía funcionaban a la perfección. Ninguna oscuridad en los bordes de mi vista, ninguna oscuridad que pudiese asociar a la inconsciencia. Después de todo, la noche todavía mantenía su dominio sobre la realidad. Esa oscuridad sería mi única compañera. No necesariamente mi aliada, siquiera mi amiga. Un lazo circunstancial nos ataba. Pero dependía de mí, en su totalidad, que no se enlazase alrededor de mi cuello.
El claro se presentó ante mis ojos nublados como la revelación más esotérica e irreal. La cabaña despedía humo por su chimenea, aliento etéreo de algún animal de leyenda. Una imagen hipnótica si las había. Un escalofrío recorrió los angulosos contornos de mi espalda. El temor, tan real y vívido, de una realidad, o una idea tal vez, que comenzaba a asomarse por el horizonte de mi opaco intelecto. El temor de que, probablemente, no sobreviviese a mi encuentro con la gitana. Las dudas colmaron mi mente, mis piernas comenzaron a sentir los calambres... pero no cejé en mi avance. Todas esas dudas se acentuaban con cada paso. Y la inevitabilidad de dichas dudas funcionaba como una droga que comenzaba, con lentitud, a calmar mis ansias. Comencé a comprender, arduamente, que no habría ninguna epifanía súbita que las despejara, ninguna musa caída del cielo vendría con las verdades que necesitaba en brazos.
Sólo la baraja me daría la verdad.
Los arcanos.
Las cartas de la gitana.



Detesto la uniformidad del relato corto.
Quería que lo supieran nomas.

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