29 de agosto de 2013

Pedido (c)

Golpes en mi puerta. Y no necesitaba mucha deliberación para develar los motivos detrás. El hambre, es un motivador poderoso. El rostro desencajado y ensangrentado de mi madre al verme, realmente habló mil palabras; las liberó de su prisión con el primer gruñido.
Más golpes. La insistencia, clamando mi carne. Lo visceral en la imagen mental me sacudió por dentro. Carajo, casi abre mis esfínteres. Miré a mi alrededor. No necesariamente buscando una salida. A sesenta metros de altura, no hay salidas. Bah, las hay... Pero no estaba ni cerca de comenzar a considerar esa salida en particular. Estaba buscando un arma, y mis ojos se posaron sobre la más perfecta combinación de comprensión e ironía. Mi viejo bastón; otrora signo de debilidad se había convertido en el bastión definitivo de mis fortalezas. Y, en adición, podía alcanzarlo con sólo estirarme. La serie de movimientos se me hizo tan clara como los últimos destellos del ocaso que bañaban mi rostro. La ventana abierta de par en par me hacía ese regalo. En invierno, una ventana abierta de par en par. Me decían loco. Reí sonoramente ante la ocurrencia, en claro contraste con la situación dramática que se cernía sobre mí, pero no me distraje.
Mi movimiento fue fluido y rápido. Dignos del hombre que me encantaría ser. Mi madre, o la carnal y hambrienta sombra de quien solía ser, emuló tormentas poderosas al entrar a mi habitación, libre del impedimento que la puerta significaba.
De espaldas a ella, tracé un arco paralelo con el bastón, e impacté de lleno en su sien. Cayó al suelo en un estrépito que me significó unos dientes partidos, una nariz sangrante y un feo, feo, moretón en la frente. Pero la ordalía que sería mi supervivencia simplemente estaba comenzando. "Vamos, madre. Veamos si puedes seguirme el paso"
Salí rápidamente de la habitación, y me planté en el pasillo del departamento. Espacios angostos, Leónidas me había dado la lección más importante de todas. Preparé mis movimientos, y esperé lo inevitable. El rugido proveniente de mi habitación dio pie a todo lo demás. Envuelta en furia, salió del cuarto y se dirigió hacia mí. Planteé una finta que le dio de lleno en el pecho. Ella retrocedió, yo avancé. Conecté otros dos golpes a la cara, y ella trastabilló. Cambié mi agarré, y me familiaricé con la punta de goma. Algo que abandonaría seguramente en días venideros. Con toda la fuerza de la madera, impacté de lleno la sien derecha de su cabeza, y cayó al suelo nuevamente. Otros dos golpes quebraron su cráneo. Hay terminaron las sacudidas. Mi madre, muerta. De nuevo, y por mi mano. "Edipo no me envidiaría nada"
Sin tiempo para descansar, oí una voz familiar fuera del departamento. Un sonido de llaves en la cerradura. Me aproximé a la puerta, y eché un vistazo rápido por la mirilla. El alivio me inundó de pies a cabeza. Mi padre, en casa. Abrí la puerta, dejándolo pasar rápidamente. No quería más riesgos, ni contacto con el exterior. Por lo menos, hasta que estuviese preparado para hacerlo bajo mis reglas. Papá se dirigió directamente al sofá, dejando caer su cuerpo y el peso de sus años. Mi naturaleza observadora no me falló, revelando la más oscura y dolorosa de las verdades. Le habían mordido.
-Ya sabes lo que tienes que hacer.
Su voz, quebrada por el cansancio, se aproximó a mis oídos tomándose su tiempo. No resté credibilidad a sus palabras, por otro lado. Obviamente, yo sabía lo que tenía que hacer. Siempre lo he sabido. Pero, algo raro estaba sucediendo. No estaba pensando en frenarme a mí mismo.
-Voy a hacerlo bien.
Me dirigí a la cocina, con la mente en blanco excepto por la tarea que tenía ante mí. Tomé un cuchillo de uno de los cajones, y quité la tapa de goma de la base del bastón. Con el cuchillo en una mano, y el bastón en la otra, volví al comedor y me senté en una de las sillas. Comencé la ardua tarea de afilar la punta, la cual me tomó media hora. Echaba vistazos esporádicos hacia mi padre, para controlar el avance de la infección y tener una idea aproximada de cuanto tiempo tomaba el cambio. Cuando terminé, él todavía era él. Lo cual era, cuanto menos, incómodo.
- ¿Qué hay después?
Lo súbito de la interrogante me tomó por asalto. Estaba confundido respecto a la naturaleza, así que me di el lujo de indagar un poco más.
- ¿Después de qué?
-De esto, Nate. De esta vida.
- ¿Te hice ver "The Invention of Lying"?
-Ah, al final no la pudimos ver. Que cagada.
- ¿Importa si hay algo o no? ¿Cuán relevante es? ¿Y qué respuesta puedo darte, con 22 años, teniendo vos 59?
-Tenes razón. Como siempre.
-Halagador como siempre.
- ¿Va a doler?
Dijo esto último mirando al bastón que al que yo me aferraba. Creo que él también apreciaba la ironía. Y supe al instante que decirle.
-No. Va a ser como quedarse dormido. ¿Listo?
-Dale. Prefiero irme así, ¿sabes?
-Yo también lo prefiero así.
Ambas manos estaban en el bastón, y apunté a mi blanco. Esperé a algún pensamiento aleatorio que me detuviese. Alguna esperanza, tal vez, que me evitara el dolor de matar a mi propio padre. Pero nadie, nadie, llegó en mi auxilio. De ahora en más... Estaba solo. El impulso fue certero, y el bastón se hundió en el ojo derecho de mi padre. Unos buenos veinte centímetros de madera perforándole el cerebro.
El silencio colmó la instancia. Inspiré el aire de un futuro distinto y caótico. Pero, como siempre he dicho, soy la clase de persona que florece en el caos. Había preparaciones que hacer, cierto. Y tendría todo el tiempo del mundo para hacerlas. La comida me duraría semanas. Aprovecharía el agua caliente para darme una ducha más que necesaria luego de las ordalías del día. Luego, esperaría. Entrenaría mi cuerpo y mi mente para lo que sería una nueva vida lejos de las comodidades usuales.
Lo más interesante acerca de la vida, es que siempre parecemos estar buscando excusas para hacer cambios radicales.
Ahora, dime tú... ¿Qué mejor excusa que un apocalipsis zombie?

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