15 de noviembre de 2013

Last Trip to Acidland...

¿Viste esos días que andas de joda? ¿Que arrancas con una previa a las 20:00... Y la joda indefectiblemente termina al día siguiente? Porque caminar hasta casa, en pedo, ya es jodido. Con ácido... Ya
es buscar problemas. Y eso encontré.
Me acuerdo que ya estaba llegando al departamento, acercándome al COTO por el lado de la Sala de Primeros Auxilios, y escuché campanas adelante. El sonido se me antojó onírico, irreal. Como un eco que no termina de morir. Que ya está despedazado y roto por todos lados, pero aún así se las ingenia para persistir. Y ahí estaba yo, esperando a que acabase... Porque me estaba partiendo el bocho en pedazos. Detesto las campanas. Hasta el día de hoy, no puedo ver "El Jorobado de Notre-Dame" sin que mis dientes empiecen a castañear. 

Giré la cabeza hacia dónde yo sospechaba que el sonido venía. No podía confiar del todo en mis sentidos, ¿se entiende? Por el ácido. Detesto no poder confiar en lo más básico de mi persona. Me guié por un grupo de gente que iba en mi misma dirección. Iban vestidos de negro, en su mayoría. Colores discretos, nada llamativo. En una situación normal, hubiese sabido lo que eso significaba. Pero esto no era una situación normal. Normal, las pelotas. Si esa fuese mi normalidad estaría BASTANTE asustado.
Aunque, en ese momento, no pareció importarme. Los seguí, hasta llegar al origen de mi malestar mental. Esas putas campanas. Era una iglesia. La parroquia Jesús Salvador, la parroquia en la que me bautizaron. No porque yo quisiese, se entiende. Un desastre esto de las tradiciones que se imponen. Pero, bien... Ese es el concepto aproximado de "tradición" verdad. Cosas que haces porque hacen otros, con los que compartes cierta unidad cultural. Si fuera por eso... El asesinato también sería tradición. Mierda, en un mundo honesto, sería declarado "Patrimonio de la Humanidad" y, tal vez, la "Novena Maravilla del Mundo"

Ahí debería haber parado. Es decir, debería haber seguido de largo. El departamento estaba a menos de un par de cuadras, las cuales yo sabía que iban a pasar rapidísimo. Iban a pasar antes de que me diese cuenta, y lo sabía. Y otra cosa que sé, es que si las partes indicadas de mi cerebro hubiesen estado funcionando al 15% no hubiese entrado. Pero bueno, no lo hice...
Por ende, aquí estoy.

Lo más vívido de las memorias me asaltan.
Negrura, por todos lados. Más allá de la pobre iluminación, y la monserga de la liturgia. Estaban todos vestidos de negro, adorando una caja de madera. La adoración en esas voces monótonas, calándome la cabeza. La cual, como ha quedado bordeando lo obvio, no estaba en sus mejores. Seguí caminando hacia el altar, embobado. Vi bebés deformes, su nacimiento forzado por la doctrina. Adolescentes embarazadas, nenes con semen en la cara. Ahí empezaron los escalofríos. Pero seguí caminando para adelante. Cuando llegué al altar, la caja de madera parecía brillar. Como si fuese el Arca de la Alianza.
Miré hacia arriba, y el crucifijo me miraba. El tipo ahí arriba me miraba a los ojos, con una cara rara... Una cara de pelotudo bárbaro que todavía no entendía como es que todo salió tan como el orto. Ahí lo escuché. Hasta el día de hoy, no sé quién lo dijo... Pero me acuerdo lo que se dijo.
"Me mandé una re cagada"

Me reí, como un nene. Viste como se ríen los nenes. No muy alto, pero se escucha igual. Lo que, como adulto, ves como una risita tonta. Se escuchó igual, y ahí caí en la realidad. Estaba riéndome en medio de un funeral. Me miraron fijo, con odio duro y puro en la mirada. Me fui a la mierda, pero riéndome.


Y es por esa razón que, hasta el día de hoy, odio las iglesias.

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