26 de febrero de 2014

La realidad real...

«Estos encendedores de cuarta, son todos una mierda. Necesito uno de bencina, urgentemente»
Siempre me gustó Lugano. Más allá del aire marginal, las cuchilladas, los intentos de robo y todo lo demás... Es un buen lugar para vivir. Es un lugar fresco, lo cual se aprecia muchísimo en verano. Esa es la ventaja. Somos la Ciudad del Viento del Sur de Capital Federal. Qué título, eh. Somos la Chicago de Ciudad Autónoma.
Después de bajarme del 115 en la parada del Metrobus, cortesía de Mauri «Mercury» Macri, crucé la calle en dirección al edificio del cual soy residente. Un residente probablemente permanente. Siempre tuve cierta reticencia al concepto de mudarse. Imagino que a eso se le llama «Echar raíces» Eso me ha resultado curioso desde hace largo tiempo. No me arraigo a la gente, si no a los lugares. «Curioso, curioso. Veré si lo puedo convertir en algo respetable a la hora de escribir»
El parque delante del edificio es hermoso. Otra cortesía de nuestro Jefe de Gobierno. Lo cierto, es que ha hecho bastante. Puede que sea un imbécil, pero al menos es un imbécil aplicado. Toboganes, subibajas, una hermosura. Incluso tiene su superficie forrada de un material sintético símil pasto, pero sin tantos microbios. Muy antiséptico todo.
Y después está el cartonero que acampa delante de mi edificio a eso de las 10:30. Buen tipo, cagada de vida. Lo usual. «Un tacho, que suerte. Ahí se va este encendedor de mierda» digo para mí, evocando el recuerdo de un encendedor de bencina que había visto en un local de una galería en Caballito, que tenía un sombrero de copa en uno de los lados. Justo para mí. Pasé por al lado del tacho, y ahí voló el encendedor. Recuerdo el despecho con el que lo tiré. Bah, era la clase de despecho con la cual tiro cualquier cosa. Encendedores, ideas, conceptos, palabras... Gente.
Lo que, definitivamente, no me esperaba... Era que del tacho surgiera un sonido que no fuese el del encendedor dando de lleno contra el fondo. El sonido, por obvias razones, guió mi mirada hacia el interior del tacho... Ignorando por completo todo lo demás que pudiese, o no, estar sucediendo a mi alrededor. La cosa más rara, o al menos la cosa para la cual no estaba preparado. Desde las profundidades del tacho, un par de ojos me miró con inocencia. Una remera de River manchada con los desechos de la sociedad. Desde las profundidades del tacho, un pendejo me pidió perdón. Le tiré un encendedor, y me pidió perdón. Me quedé mudo, anonadado, estupefacto... No pude articular nada. Incluso la disculpa que sabía que tenía que dar. Seguí caminando, sin dirigirle la palabra, y subí las escaleras hasta el almacén. «Esto va más allá de lo que me compete, pero bueh...»
-Paulina, dame medio de pan, 300 de cocido y 300 de queso de máquina.
«Esto va muy lejos de lo que me compete»
Bajé la escalera para encontrar el mismo panorama del cual había huido no sin cierta presteza. Dejé la bolsa con el morfi dentro del tacho de basura, a sabiendas que el pibe estaba adentro.
-Toma, pibe. Disculpa por lo del encendedor.
Y me di media vuelta, y me metí al edificio.


La realidad es un pésimo chiste. Porque carece de un remate decente.

Y no se olviden nunca.
No tiene remate.

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