14 de marzo de 2014

De suéteres, y otras cosas...

El chico del sweater lloraba, arropado en un rincón. Tenía sangre en las manos, y se la estaba pasando por toda la cara, como si de una pintura ritual se tratase. La habitación tenía la puerta abierta, eterna invitación plasmada en la frágil realidad que lo asfixiaba. Los pasos afuera eran cada vez más sonoros. Alguien se acercaba.
La figura parada en el umbral recibía la luz de lleno en la espalda, ensombreciéndose por completo. De las sombras, otro jugador era escupido de lleno a la situación. Vestía a rayas, distintos tonos de verde. Claros, y oscuros... como la viva representación de estos últimos. Él era la muerte, y la supervivencia. Él era A.
-¿Que haces llorando, inútil? La vida debe seguir su curso.
Su voz era atronadora, imposible de ignorar. El chico del sweater no levantó la vista de sus manos ensangrentadas. Todas las voces, menos la propia (la que declamaba a gritos el total de su culpabilidad) se le antojaban lejanas. Como si proviniesen del más profundo de los infinitos. Él estaba en un vacío... Él era el vacío. Y nada, ni nadie, podría ayudarle a escapar de su condición. Aún así, A no cejó en sus intentos.
-No fue tu culpa. ¿Puedes entenderlo?
Dos palabras de la premisa llegaron al chico. Innecesario es decir cuales fueron. El niño se sacudió, atisbo casi eterno de una convulsión prematura. Y A supo en ese instante que había conseguido su cometido. Ahora tenía toda la atención del muchacho.
-Ve esto como una oportunidad. Ya tienes la excusa que necesitas. Ahora podemos empezar a convertirte en quién siempre debiste ser. El jugador perfecto. Todos los grandes héroes comienzan en la pérdida de alguien querido. Es hora, niño. Es hora, y no puedes evitarlo. Puedes sentir el llamado, y no está en tu poder ignorarlo. Ven, levántate. Encuentra tu destino, bajo mi tutela. Sabes que llevo la razón, y no hay argumento que pueda quitarme esta victoria de las manos.
-No, tal vez no. Pero aburres.
La otra voz pertenecía a la nueva figura que se había presentado en el umbral. Un buzo negro, con un extraño símbolo en el pecho, lo representaba. Una nueva perspectiva.
-Dudo que estés en desacuerdo conmigo, Seeker.
-En absoluto, pero la imaginación abre caminos insospechados para aquellos lo suficientemente inteligentes para verlos. Tú sólo eres un espejo falso. Una mala, y barata, copia mía. Haznos a todos un favor. Vuelve a tus sombras. Ya no tienes lugar en este nuevo y bravo mundo.
-Este es el mundo de lo concebible hecho concreto, y de lo casualmente milagroso. No hay otro mundo más apto para mi presencia.
-Una referencia pop. ¿Eso es lo mejor que tienes, A?
Silencio. Como al principio. Aunque, no exactamente. El niño había vuelto a su estado original, a lo primigenio. A lo único que entendía como correcto, mientras una única cuestión se alzaba en su mente. Inenarrable, inevitable. "¿Por qué demonios crucé esa puerta?" se inquirió a sí mismo. al tiempo que se alejaba cada vez más de la acalorada discusión.
Tanto estaba concentrado en sus pensamientos, que no advirtió la entrada de la tercera figura, cuyos contornos (nacidos de la sombra) se definían con una claridad inusitada. Su abrigo negro, contrastaba de lleno con su camiseta blanca. El sol y la lanza, vívidos, disponían de una oratoria un tanto escueta. Le definían, de cabo a rabo. Los lentes enmarcaban su rostro de manera tal que se le podía adjudicar más edad de la que realmente tenía. La más perfecta combinación de sabiduría e inteligencia.
-Ya fue suficiente.
Su suavidad, era la fuerza más poderosa. Nadie pudo ignorarla. Tanto Seeker como A fueron silenciados; sus argumentos, arrojados a una eternidad de oscuridad. Desplazados, por completo. Y el niño, envuelto en su oscuridad, logró vislumbrar un fulgor fugaz que robó lo mejor de su atención. Pero, la luz quemaba. Tendría que acostumbrarse a ella. Los primeros pasos de esta tercera figura fueron contemplados en silenciosa reverencia.
-Niño. Oye mi voz. Abre los ojos, y mira tus manos.
El niño obedeció, relajado por la dulce tonada de la tercera figura. Sus manos, estaban limpias. Aunque la leve reminiscencia del carmesí que las manchaba todavía podía sentirse. Una mancha que, tal vez, nunca se fuese del todo. Una mancha de la que nunca pudiese escapar.
-Nate, ¿qué haces?
-Teniendo éxito donde ustedes han fracasado. Enfrascados en sus patéticas disputas, han olvidado por qué estamos aquí en realidad.
El chico comenzaba a entender, de la mano de Nate. Tal vez, y solo tal vez, el carmesí no tuviese necesariamente que ser su único color. Tal vez pudiese ser acompañado de un azul. Un tono vibrante, como su intelecto. Aunque, oscuro... como el azul de Nate.
-Óyeme bien, chico. Es hora de que te levantes, definitivamente. Sería muchísimo más fácil para mí, si pudiera decirte que ellos están equivocados. Y me encantaría hacerlo, pero no lo están. Todo lo que A te dijo, es cierto. Aunque, hay otro aspecto a considerar.
-¿Cuál?
-Tus motivaciones no tienen que ser tan mezquinas. Aspira a más. Levántate, y acompáñame. O quédate aquí, sumergido en estas sombras que has creado para tí. Si te quedas, morirás. Si te vas, morirás también...
-Nate, ¡silencio!
A se espabiló más rápido que nadie, pero el destino se había puesto en movimiento. Y él no tenía autoridad alguna para detenerlo.
-No. Mira, niño, no voy a mentirte. El final es siempre el mismo, pero hay maneras y maneras de llegar a él. Intenta, por el bien de ambos, que sea con la frente en alto. Y sin arrepentimientos.
El chico escuchó, y entendió finalmente. Se estiró de su postura, sus articulaciones chillaron y gruñeron, despertándose al fin de su letargo. El brillo en sus ojos, había regresado. Miró a Nate con la admiración que sólo guardaba para su padre, y se fundió en un abrazo fraternal que hasta este momento guarda en los rincones más luminosos de su alma. Cerró los ojos, comprendiendo a ese momento como aquel que siempre recordaría, a cada segundo de su finita existencia.

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