21 de marzo de 2014

Sombras...

Las sombras me perseguían, implacables. Ya habían asesinado a mi familia, y ahora venían por mí. Con sus corceles espectrales; esas crines de fuego, cuyos destellos ígneos arrancaban pedazos de la oscura noche. Y me permitían saber con exactitud la posición de mis perseguidores. Podía oír las cadenas, con las que me apresarían. Un tintineo infernal y constante, máxima expresión de la voluntad de las sombras. Mi familia no era importante. Obviamente, yo lo soy.
En mi huida, tropecé con unas raíces que se habían aventurado desde las profundidades de la tierra. El bosque había perdido toda noción de sinonimia con "refugio" y en ese momento lo entendí. No habría refugio alguno para mí en este mundo. Este mundo se ha movido distancias incalculables. Era mi trabajo, mi deber y mi responsabilidad, moverme para alcanzarlo.
Mi única esperanza, la única esperanza racional a la que podía aspirar... estaba en el fondo del río, descansando sobre una almohada de muerte y desesperación sobre la que seguramente tendría que dar reposo a mis huesos quebrados y marchitos para obtener lo que quería.
El poder que mi corazón tanto anhelaba.

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