9 de mayo de 2014

Varios.

La Feria del Libro.
Pocas palabras en este idioma, o en cualquier otro ya que planteamos el asunto, se me antojan para describir el encono ciego e irreconciliable que me asalta cada vez que se produce la letanía de consumismo que caracteriza a este evento en particular.
Cada vez que tengo que acercarme a ESTE venéreo insulto a lo que yo considero "literatura" no puedo evitar la clase de retortijón en las tripas que se asemeja al que me llegaría a producir la vista de un perro atropellado por un colectivo, con el estómago reventado y el cráneo aplastado contra el pavimento. Esquirlas de hueso sobresaliendo, y gusanos cumpliendo fielmente las directivas de Mamá Naturaleza.
Y ciertamente puedo oler la putrefacción al tiempo que cruzo el umbral de entrada. Veo los cadáveres, también. Miller, Koestler, Camus, Goethe, Dostoievski, Strindberg, Whitman. Veo el nombre de los pabellones, antiguos dioses (cuya divinidad es cuestionable) y veo los iridiscentes becerros de oro que se han construido para idolatrar a los cobardes que les sucedieron. Aspirantes al Nobel, e ídolos baratos, como si su dinero manchado de sangre significase algo. Y veo la marea de carne agolparse por los pasillos; yendo de aquí para allá, llevados de las narices al mismísimo matadero. De profanación en profanación, avanzan. Siguen moviéndose, más rápido y más rápido. ¿Hacia dónde? Se me escapa.
Hay, en este lugar, tantos libros que, probablemente, me tomaría varias vidas leerlos; sin aprender nada de ellos en el proceso, más allá (y a pesar) de mis más sinceros esfuerzos. Un despropósito, por la parte baja. Un insulto aberrante, espetado por una boca de dientes torcidos y lengua viperina, por la parte alta.
¿Por qué fui, entonces? ¿Por qué arrime mi paupérrima existencia a la magnificencia del Vaticano del Marketing? ¿Por qué me expuse a los vapores de los cadáveres, a tanto horror? ¿Por qué? ¿Por qué?

Tenía una entrada gratis.

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