-Sí, mira. Metete y gira a la derecha.
La tercera puerta a tu izquierda. Volvete a meter, y espera en esa oficina. Ya
debe estar por llegar.
-Dale. Muchas gracias.
-De nada.
Pobre y patético mortal. ¿Es que nadie
duda de nada acá? ¿Es la manía de dar las cosas por sentado lo que ha dejado a
la Humanidad fija en dónde está? Acabo de mandarlo a una sala de reunión vacía
y con la puerta cerrada. Por supuesto, él no sabe esto. Y aunque es libre de
asumirlo, no lo hace. ¿Por qué? Porque asumir es el lujo del inteligente. Para
el resto… bueno, el resto tiene que preguntar.
Habla por lo bajo, claramente solo. Ni
lo disimula con un celular. Ya se le pasó el ensueño. Ahora sabe. Ahora tiene
un destino fijo, ya no está más perdido. Lo veo entrar, y ya no acompasa los
pasos con su respiración. Perdió la armonía que traía. Todo en él tiembla. Es
como ver a un tipo con Parkinson atarse los cordones, o afeitarse.
Infinitamente entretenido. Pero, aun así, persevera y avanza. Todavía le queda
algo de dignidad. Eso sí se puede ver.
El día empieza a clarear, a pesar de los
mejores esfuerzos del invierno. Son casi las ocho de la mañana. El tiempo se
mueve distinto conmigo en este plano. Es hora de poner las fichas en movimiento,
y comenzar a trabajar. Apago el cigarrillo con el talón y encaro a esta nueva
prisión que diseñé para mí. Hace un par de años que trabajo aquí y me ocupé de
llegar a una posición en la cual pocas personas pueden molestarme. Algunas
personas simplemente están hechas para liderar, para capitanear el barco de su
propio destino. Este cuerpo da para tener estas aspiraciones. Pero, los
primeros aullidos de un cambio naciente llegan a mis oídos. Y son imposibles de
ignorar. Estos cambios han sido dispuestos por mi mano. Al entregar la Llave y
perder las alas, todo ha sido puesto en movimiento. Y lo de perder los cuernos…
eso también ayudó mucho. Al menos, ayudó con esta existencia.
-A ver qué onda…
Media vuelta, y vuelvo a entrar al
infierno. En sentido figurado, al menos.
No es sorpresa que no puedan disfrutar de nada. Pobres humanos. Una vez
que caigan en la cuenta que sus mentes están para mucho más que estar mirando
la pantalla de una puta computadora durante ocho horas al día, será demasiado
tarde. Perderán su vitalidad, su fuerza. Lo perderán todo. Bah, es peor en
realidad… Lo van a entregar.
Los tubos titilan demasiado. Me molesta
el sonido que hacen. Estertores siniestros, intermitentes. Largos momentos de
luz puntuados por instantes de oscuridad absoluta. Paro un segundo, y me llevo
la primera sorpresa de la mañana. La máquina de café no funciona. Y es lunes.
Que hijos de puta que son cuando quieren. Con la primera decepción del día
fresca sobre la piel y la mente, me cruzo con la segunda. Ahí está el pibe,
esperando parado al lado de la sala de reuniones cerrada con las luces
apagadas. ¿Se habrá dado cuenta que la puerta está cerrada? Puedo imaginármelo
intentando forzarla. Hago un esfuerzo para suprimir la risotada. Mi verdadera
naturaleza todavía sale a relucir cuando me río con ganas. ¿Nadie le sopló el
dato que esa habitación es de todo, menos una oficina? Como dije, qué hijos de
puta que son cuando quieren.
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