4 de septiembre de 2017

¿Qué voy a hacer con vos?

-Sí, mira. Metete y gira a la derecha. La tercera puerta a tu izquierda. Volvete a meter, y espera en esa oficina. Ya debe estar por llegar.
-Dale. Muchas gracias.
-De nada.
Pobre y patético mortal. ¿Es que nadie duda de nada acá? ¿Es la manía de dar las cosas por sentado lo que ha dejado a la Humanidad fija en dónde está? Acabo de mandarlo a una sala de reunión vacía y con la puerta cerrada. Por supuesto, él no sabe esto. Y aunque es libre de asumirlo, no lo hace. ¿Por qué? Porque asumir es el lujo del inteligente. Para el resto… bueno, el resto tiene que preguntar.
Habla por lo bajo, claramente solo. Ni lo disimula con un celular. Ya se le pasó el ensueño. Ahora sabe. Ahora tiene un destino fijo, ya no está más perdido. Lo veo entrar, y ya no acompasa los pasos con su respiración. Perdió la armonía que traía. Todo en él tiembla. Es como ver a un tipo con Parkinson atarse los cordones, o afeitarse. Infinitamente entretenido. Pero, aun así, persevera y avanza. Todavía le queda algo de dignidad. Eso sí se puede ver.
El día empieza a clarear, a pesar de los mejores esfuerzos del invierno. Son casi las ocho de la mañana. El tiempo se mueve distinto conmigo en este plano. Es hora de poner las fichas en movimiento, y comenzar a trabajar. Apago el cigarrillo con el talón y encaro a esta nueva prisión que diseñé para mí. Hace un par de años que trabajo aquí y me ocupé de llegar a una posición en la cual pocas personas pueden molestarme. Algunas personas simplemente están hechas para liderar, para capitanear el barco de su propio destino. Este cuerpo da para tener estas aspiraciones. Pero, los primeros aullidos de un cambio naciente llegan a mis oídos. Y son imposibles de ignorar. Estos cambios han sido dispuestos por mi mano. Al entregar la Llave y perder las alas, todo ha sido puesto en movimiento. Y lo de perder los cuernos… eso también ayudó mucho. Al menos, ayudó con esta existencia.
-A ver qué onda…
Media vuelta, y vuelvo a entrar al infierno. En sentido figurado, al menos.  No es sorpresa que no puedan disfrutar de nada. Pobres humanos. Una vez que caigan en la cuenta que sus mentes están para mucho más que estar mirando la pantalla de una puta computadora durante ocho horas al día, será demasiado tarde. Perderán su vitalidad, su fuerza. Lo perderán todo. Bah, es peor en realidad… Lo van a entregar.
Los tubos titilan demasiado. Me molesta el sonido que hacen. Estertores siniestros, intermitentes. Largos momentos de luz puntuados por instantes de oscuridad absoluta. Paro un segundo, y me llevo la primera sorpresa de la mañana. La máquina de café no funciona. Y es lunes. Que hijos de puta que son cuando quieren. Con la primera decepción del día fresca sobre la piel y la mente, me cruzo con la segunda. Ahí está el pibe, esperando parado al lado de la sala de reuniones cerrada con las luces apagadas. ¿Se habrá dado cuenta que la puerta está cerrada? Puedo imaginármelo intentando forzarla. Hago un esfuerzo para suprimir la risotada. Mi verdadera naturaleza todavía sale a relucir cuando me río con ganas. ¿Nadie le sopló el dato que esa habitación es de todo, menos una oficina? Como dije, qué hijos de puta que son cuando quieren.

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