Hace mucho que no nos vemos.
Les dejo un fragmento de algo que estoy trabajando, y un abrazo grande.
La gente nos pasa por al lado
constantemente. Me miran por solo unos segundos, como si supiesen quién soy,
para luego seguir en su camino. Me calzo los lentes de sol y enfilo para lo de
Ángel. Irónico, lo sé. Pero hace un frapuccino casero que te hace creer en el
Cielo. Seguramente es a propósito, pero no lo sé. Hay algunas cosas que incluso
yo no me atrevo a preguntar. Son pocas cuadras, pese al vendaval humano que nos
rodea. Ambos somos capaces de deslizarnos a través de lo superfluo para llegar
a lo que importa.
Ángel espera en la puerta y, al verme,
levanta la mano para saludar. Le contesto en regla, solo para sentir un golpe
en la axila. Tengo un oficinista incrustado en el sobaco. Siento que intenta
meterse. Como si la respuesta a todas, y digo TODAS (en mayúscula) las
respuestas del Universo estuviesen ahí. Le diría que se equivocó de recoveco...
pero, estaría siendo deshonesto.
-¿Te sentís bien?
Atrás mío, Juan toma aliento. Está
seguro de no saber que pasará a continuación, y eso le aterra. El oficinista
tiene una aureola de sudor en la frente. La corona de espinas del asalariado.
Saca la cabeza, lentamente, mirando hacia arriba. Visiblemente incómodo.
-Disculpa. Perdona, en serio.
Bajo la mano que tengo levantada,
despacio, dubitativo. No sé si aplastarle el cráneo en pleno Florida o
arrancarle la cabeza y ti…
-Que rico antitranspirante.
Ya separó por completo la cabeza de mi
axila; y se lo agradezco muchísimo. No quiero empezar a despachar gente a
troche y moche. Las cejas equivocadas se levantarían, seguramente, suspicaces.
Y, seguramente, empezarían a intentar indagar qué carajo realmente pasó en el
Infierno. Y eso sería malo para todos. Especialmente para mí.
-Sí, nunca me abandona.
El tipo se pega la vuelta solo, y sigue
su camino. El cielo rojo tiene esas cosas de poner pelotuda a la gente. Es
curioso que Juan y yo seamos los únicos que se dan cuenta. El resto parece
demasiado ocupado para darse cuenta que el mundo se está terminando.
-Bueno. Eso salió mejor de lo que
esperaba.
-Sí, la verdad que sí.
Ángel ya se volvió a meter, perfectamente
consciente de lo que viene a visitarlo.
El cuento se llama "Simpatía"
Creo que ese nombre le voy a dejar.
Un abrazo.
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